Poco antes de morir, a 70ºC bajo cero, escribiría en su diario: "Nuestros cadáveres contarán nuestra gesta". Esta frase en si misma serviría para explicar lo que fue Sir Robert Scott.
Nacido en Plymouth, Inglaterra, en el año 1868, este oficial de la armada Inglesa pasaría a la historia por una partida perdida: la de la carrera por ser el primer hombre en llegar al Polo Sur. Sí que llegaron, tras infinitas penalidades, el 17 de enero de 1912; pero la decepción fue enorme ya que al llegar ya ondeaba allí la bandera Noruega. Fue Admundsen el que se apuntó un tanto ya que había coronado el Polo sur un mes antes que el grupo de Scott.
Agotados y desalentados por la derrota, Robert Scott, el médico y zoólogo Edward Adrian Wilson, el contramaestre Edgar Evans, el teniente Henry Robertson Bowers y Lawrence Edward Grace Oates, comenzarían una lenta y angustiosa marcha de regreso de la que ninguno saldría con vida.
De izda a Dcha: Oates, Bowers, Scott, Wilson, Evans.
El primero en morir fue Evans, enfermo de escorbuto y herido en la cabeza tras caer en una grieta. Murió agotado el 17 de febrero. Sus compañeros llevaban tres días transportándolo en un trineo a pesar de que sabían que no lo conseguiría.
Un mes después, Oates supo que no lo conseguiría. Una antigua herida de guerra gangrenada a causa del escorbuto lo dejaba sin opciones de salvación. Comprendió que sus compañeros no lo abandonarían, como no lo habían hecho por Evans, así que el 17 de marzo, día de su 32 cumpleaños, salió de la tienda diciendo: "voy a salir. Posiblemente, me quede algún tiempo". No volvió jamás.
Su sacrificio fué en vano. Trece días más tarde morirían en su tienda completamente exhaustos, desnutridos y congelados Bowers, Wilson y Scott. Solo les quedaban 11 millas para llegar al campamento base.
Scott quiso dejar constancia del valor y esfuerzo que habían realizado en sus cartas. Diría, en una de ellas, de su amigo Wilson: "Ha muerto como vivió, como un valiente, un hombre a carta cabal, un excelente compañero y un fiel amigo". A su viuda le escribía: "Querida, no es fácil escribir a -70ºC y la tienda es nuestro único refugio. Sabes que te he amado, que mis pensamientos han estado siempre contigo y debes saber que no te volveré a ver. Hay que afrontar lo inevitable. Tú me animaste a liderar esta expedición y se que eras consciente del peligro que entrañaba. Lo que hecho bien, no crees? Dios te vendiga".
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