Viajar es una de las cosas que más me gustan. No conozco una experiencia similar, que me aporte tanto en menos tiempo. Es enriquecedor, entretenido como nada en el mundo y sacia perfectamente mi curiosidad y mi necesidad de desconectar de vez en cuando. Lo tiene todo.
Por otro lado, no hace falta ir muy lejos para obtener una recompensa emocional, pero claro, cuanto más lejos voy, mayores son los efectos del viaje y más aprendo sobre cómo vive otra gente. Y es que cuando viajo, intento hablar con la gente del lugar, preguntarles por su vida, sus preocupaciones y de cómo ven su futuro. Siempre aprendo cosas nuevas.
Esta vez he tenido la suerte de poder ir a Vietnam, un país totalmente diferente al nuestro. El hecho de que sea diferente, se deduce, me encanta. Y Vietnam es muy diferente.
Los vietnamitas viven en un "pequeño" país que se ha visto desbordado por el enorme crecimiento demográfico de los últimos 40 años. Son 90 millones de personas en un país de un tamaño poco mayor a la mitad del nuestro. El país, dicen, está creciendo económicamente sobretodo gracias a la enorme exportación de arroz y café y, ahora, al aumento del turismo. Aunque ese crecimiento no se observa, a menudo, en sus calles ni en su gente.
El país sigue siendo comunista, aunque solo sea de nombre (y de símbolos, porque la hoz y el martillo se pueden ver continuamente por las calles), además, los vietnamitas tienen que pagar una buena cantidad de dinero por ir al médico y también tienen que pagar por la educación. Y las diferencias sociales, como suele pasar en estos países, son asombrosas: Se ve mucha gente pobre y de vez en cuando un Mercedes, un Porche o un BMW impresionantes pasando a su lado. Además de eso, su líder, y toda la clase política viven de lujo.
Pero lo que más me ha sorprendido es la suciedad entre la que se mueven. No solo en las ciudades... en prácticamente todos los sitios en los que he estado. El exceso de población del país (del que ya se han dado cuenta y por lo tanto tienen prohibido tener más de dos hijos por matrimonio) se suma a la falta de infraestructuras para gestionar toda la basura que generan y sobretodo a la falta de educación de la población local. He visto a gente tirando plásticos al agua en zonas donde había papeleras (que, en cualquier caso, generalmente brillan por su ausencia). He visto montañas de basura acumuladas en las calles y las carreteras. He visto (y olido) aguas estancadas con peces muertos y basura a sus lados. Lo que no he visto es que a la gente de allí le preocupara demasiado toda esa basura que irá aumentando año tras año. Y a mí personalmente, y en general, a todos los turistas, nos dolía ver aquello. Si los chinos y los indios son así, (y me consta que por lo general, lo son) nos moveremos en un cubo de mierda de aquí a unos años sin remedio, porque a éstos ya nadie los para. Todos estos gobiernos deberían ponerse las pilas pero ya.
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